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El espejismo del acceso en la Casa Blanca de Trump

Washington D.C. — «Nunca ha habido una Casa Blanca que se comunique con la prensa estadounidense con tanta frecuencia y franqueza como el presidente Trump». Esta frase la dijo esta semana Taylor Rogers, subsecretario de prensa de la actual Administración estadounidense al portal de información Axios en una conversación sobre el acceso de los periodistas y su prerrogativa para preguntar. «El presidente y la secretaria de prensa», añadió, «responden preguntas de todos los medios y han dado a más periodistas la oportunidad de cubrir esta Casa Blanca que cualquier otra administración». Con excepción de la «franqueza», ambas afirmaciones son ciertas, pero necesitan ser explicadas.

Cuando cubrí la primera presidencia de Barack Obama, asistí a algunas de las habituales ruedas de prensa en la icónica sala James S. Brady. Tras la presidencia de George W. Bush, la recién llegada Administración Obama quería dar un nuevo aire de rigor y proximidad con los periodistas, y el entonces secretario Josh Earnest fue la cara escogida para ese inicio. Como periodista extranjero, no solía estar entre los escogidos por Earnest para preguntar en las recurrentes convocatorias, hasta que lo logré tras acordar con el equipo de prensa el tema en el que estaba interesado. Ese día, Earnest me dio la palabra tras haber llamado antes a los habituales reporteros estadounidenses. Al escuchar mi nombre, comencé con un «thanks, Josh», y acto seguido le dije que tenía dos preguntas, una sobre el tema acordado y otra sobre otro tema de actualidad. Hice las dos preguntas, las respondió, y la sesión continuó con otros periodistas. Al terminar, cuál fue mi sorpresa que me buscaron para amonestarme. La persona con quien había acordado preguntar se me acercó para recordarme que «el acuerdo era sobre un tema», y que la segunda pregunta que hice no estaba en ese acuerdo. Este episodio resume bien, en mi opinión, las últimas presidencias demócratas sobre su relación con la prensa: control en las preguntas y en el acceso de periodistas a altos funcionarios.

La primera presidencia de Trump supuso un cambio en este sentido. El control se evaporó, y el acceso de más medios –es decir, periodistas de medios no tradicionales o incluso internacionales– aumentó (claro que la calidad y veracidad de las respuestas disminuyó exponencialmente). En esta segunda presidencia de Trump, el escenario es el mismo pero potenciado al máximo, y ya sin tapujos en el intento no solo para diluir a los grandes medios sino para terminar con su posición de acceso preferencial.

Esta Casa Blanca de la segunda presidencia Trump ofrece ruedas de prensa casi a diario (a diferencia de la primera presidencia Trump cuando llegaron a suspenderlas y hubo semanas en las que ni se convocaron). La actual secretaria, Karoline Leavitt, no tiene una lista de nombres cuando habla desde el podio como sí tenía Earnest para dar la palabra; y si bien es cierto que atiende primero a los periodistas que están en las primeras filas –que suelen ser de esos grandes medios estadounidenses–, luego abre la ronda a otros que lo pedimos, y lo hace sobre la marcha. Hasta aquí uno diría que eso está bien en una sala de prensa en la que no cabe una aguja por el extraordinario número de personas que asisten. El problema es que la Administración Trump ha abierto esa sala y sus ruedas de prensa no solo a periodistas sino a blogueros, podcasteros o celebridades cuyo trabajo no responde al más elemental criterio periodístico. La mayoría de ellos están alineados con el mundo pro-Trump y cuyas intervenciones parecen más parte del discurso MAGA (Make America Great Again), anti demócrata y elogiosas con el presidente que cumpliendo el esperado rol de control al poder para informar de manera veraz y oportuna sobre, en este caso, las políticas o decisiones de la Casa Blanca.

¿Ha habido antes una Casa Blanca que se comunique con más frecuencia, respondiendo preguntas de todos los medios y dando a más periodistas la oportunidad que cualquier otra administración? Podría ser, sí; pero esta dinámica de la que se jactaba Rogers, el hoy subsecretario de prensa de Trump en su conversación con Axios, carece de la necesaria franqueza, esa cualidad que la RAE describe como sinceridad, honradez o claridad en la expresión y en el trato. Ni en las respuestas que habitualmente ofrece Leavitt a preguntas incómodas o escudriñantes, ni en el tono agresivo que la caracteriza. Trump no quiere a la prensa seria, le molesta; y ese supuesto acceso que hoy ofrece esta Casa Blanca es un espejismo.

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