Washington D.C. — Ha sido una de las alianzas más poderosas de la política contemporánea. La entente que unió a Donald Trump, el hoy presidente de Estados Unidos, y Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ha durado menos de un año. Comenzó por conveniencia, continuó por conveniencia y los grandes egos de ambos han llevado el bromance a su fin de una manera abrupta y desagradable, pero en ningún caso debería sorprender a nadie. Era esperable.
Desde que Trump asumió el cargo en enero pasado, los desacuerdos de Musk con otros miembros de su gabinete fueron crecientes y constantes. Con Peter Navarro, el asesor de Trump en temas comerciales; con Marco Rubio, el secretario de Estado; o con el mismo Trump en tiempos más recientes con la guerra de aranceles que libra con el mundo. Pero mientras Musk estaba encargado de desmontar el gobierno federal con su efímera oficina de Eficiencia Gubernamental, conocida como DOGE, la sangre no llegaba al río. Hasta que el coste que estaba pagando Musk empezaba a ser demasiado alto y preocupante para sus negocios. Empresas como Space X, la red social X –antes Twitter– o la emblemática Tesla de vehículos eléctricos empezaron a sentir el desgaste. Solo el jueves, el día que todo estalló entre ambos, las acciones de Tesla se desplomaron un 14 por ciento. Esto en plena batalla de la empresa de vehículos eléctricos por recuperar prestigio, ventas y mercados que Musk ha ido perdiendo de manera acelerada por su proximidad y colaboración con Trump, mientras otras marcas –particularmente la china BYD– no paran de crecer.
Musk necesitaba alejarse de Trump, y ambos lo escenificaron esta misma semana en la Sala Oval en lo que parecía una salida pactada y amistosa. Por eso sorprendió tanto el fin del bromance abrupto y desagradable entre ambos.
Trump explicó que la reacción de Musk era por su enfado al ver como la Ley Fiscal 2025 que intenta aprobar en el Congreso no incluía los créditos a vehículos eléctricos que aprobó la administración anterior de Joe Biden, pero el magnate lo niega y asegura que lo preocupante es el astronómico déficit que va a generar esa ley con el amplio paquete de recortes de impuestos y gastos. Según el análisis de la Oficina de Presupuesto del Congreso –una entidad sin afinidad política–, el proyecto agregaría 2,4 billones de dólares al déficit durante la próxima década. Una auténtica bomba que a Trump parece no importarle porque él ve en la aprobación de esa ley un punto fundamental en su estrategia política, y –no de no aprobarla en Congreso– supondría un revés para él (volvemos al tema de los egos).
Todos pierden
No sé si ambos lograrán recomponer su relación. Lo veo difícil por las cosas que ya se han dicho, pero sin duda ambos tienen mucho que perder.
Musk es una figura muy influyente en Estados Unidos. No sólo por sus 220 millones de seguidores en su red social X, sino porque, aunque él es muy impopular entre el público general, sí es excepcionalmente popular en lo que un artículo de The Hill describía esta semana como «la derecha digital», esos hombres jóvenes muy activos en los foros populistas conservadores de redes sociales que «veneran a Musk no solo por sus logros empresariales, sino también por sus ataques retóricos contra la ‘conciencia social’(wokeness)». Un Musk activo contra Trump en esos espacios supondría un problema para el mandatario y su movimiento MAGA.
Además, la chequera de Musk no es nada despreciable. Es el hombre más rico del mundo, y el jueves, en esos explosivos mensajes que se cruzaron ambos, Musk dejó entrever no solo que era momento abrir un juicio político contra Trump (por supuestamente llevar al país a la bancarrota con la ley que quiere aprobar) sino que podía haber llegado el momento de empezar a apoyar a candidatos demócratas en las elecciones de medio periodo previstas para el próximo año.
Musk, por supuesto, también tiene que perder. Él espera jugosos contratos milmillonarios, no solo por la compra federal de sus vehículos eléctricos sino especialmente con la espacial Space X. El fin de esos contratos –como amenazó Trump el jueves– supondría para sus negocios un golpe, quien sabe si decisivo. Pero a Trump eso parece darle igual porque, aunque Tesla sea una empresa estadounidense, aquí de lo que se trata es de egos y venganza.
Ni Trump ni Musk son figuras al uso en la política o el mundo empresarial De manera contraintuitiva ambos están dispuestos a anteponer sus pasiones y su creciente animadversión a sus propios intereses políticos y económicos, y lo hacen sin rubor ante la atónita mirada de los estadounidenses y el mundo.