Washington D.C. — El debate entre los dos aspirantes a vicepresidente de Estados Unidos fue el único debate entre ellos, y seguramente el último, de esta campaña electoral; Donald Trump no ha querido comprometerse a un segundo cara a cara con Kamala Harris. Fue un debate de ideas, de políticas, con respeto, sin insultos y centrado en las propuestas de campaña de los partidos. Esto podría parecer una obviedad tratándose de un debate, pero lamentablemente es relevante por ser escasos en este tipo de intercambios en los últimos ciclos presidenciales en el país. Desde la campaña de 2016, pasando por la de 2020 y ahora en la de 2024, en todas, los debates han estado marcados por el elemento disruptivo del estilo Donald Trump. El hoy de nuevo candidato republicano y expresidente ha conseguido normalizar lo que para él son los debates, rompiendo con lo que históricamente han sido estos espacios: ágoras de confrontación de ideas, más o menos precisas, pero presentadas con respeto. Trump ha logrado acostumbrarnos a la falta de respeto a las normas, los insultos, las afirmaciones falsas… y todo eso es lo que no definió el debate del miércoles entre Tim Walz y JD Vance, los candidatos a la vicepresidencia.
Ambos defendieron, como buenos escuderos, a sus cabeza de cartel. Lo hicieron con una buena retórica, un buen ritmo y con respeto entre ellos, a pesar de las evidentes diferencias de sus puntos de vista y las políticas que defienden sus candidaturas.
Ambos cumplieron con las expectativas, no cometieron grandes errores, y lograron el principal objetivo que ambos tenían en común: presentarse ante la mayoría de estadounidense que no los conocían. Uno, Tim Walz –el demócrata–, a punto de cumplir su segundo mandato como gobernador de Minnesota tras una carrera como militar, profesor, entrenador de futbol americano y legislador en el Congreso. El otro, JD Vance –el republicano–, como el joven senador de Ohio (tiene 40 años) quien, tras una infancia difícil, con una familia desestructurada y una exitosa carrera tras salir de la elitista universidad de Yale, pasó de ser una de las voces más críticas con Trump a ser hoy uno de sus principales defensores y su número dos en la candidatura.
El rol de las moderadoras fue correcto, pero no brillante, a diferencia del último debate entre Donald Trump y Kamala Harris donde los periodistas destacaron por su balance entre dejar hablar, cortar las réplicas eternas y, sobre todo, corregir las afirmaciones falsas de los candidatos. La madrugada de ayer destacó la apuesta de la cadena CBS, que organizaba el encuentro, por sentar a dos mujeres periodistas a moderar a dos hombres, un detalle que no debería pasar desapercibido. Norah O’Donnell y Margaret Brennan preguntaron los temas en los tiempos previstos, controlaron el reloj en las réplicas, pero no fueron todo lo incisivas que hubieran debido ser, particularmente frente a algunas afirmaciones de los hábiles oradores que se salieron por peteneras en varias de sus respuestas.
JD Vance fue más constante con un inicio más dinámico que el de su oponente demócrata, respondiendo de manera abrumadora, acelerada en algunos casos, que lo hicieron algo distante, robótico y artificialmente apegado a ideas aprendidas y elaboradas que presentó como si de un mitin se tratara.
Tim Walz comenzó flojo, nervioso y algo dubitativo, pero remontó. Logró ser el campechano gobernador de que tiene fama. Se explicó de forma más coloquial y cercana a la gente que Vance, marcando al final un contraste con su rival.
No creo que este debate tenga un impacto significativo en la campaña. No creo que mueva ni un ápice relevante los ajustados porcentajes que hoy mantienen la incógnita en los estados clave donde se decide la elección, pero ambos candidatos, con sus virtudes y sus defectos, con sus medias verdades o algunas propuestas poco realistas, ofrecieron un recordatorio de que, a pesar de las diferencias ideológicas y en medio de un país polarizado, se puede debatir sin insultos, con educación y respeto entre ellos, y dándose la mano al principio y al final, con la deseable normalidad de quienes están en primera línea política. Con su desempeño, ambos hicieron ganadora a la civilidad política que hoy brilla por su ausencia.