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Sobre la anormal normalidad de la guerra

Washington, DC — Nos hemos acostumbrado a las noticias sobre la guerra. La invasión rusa a Ucrania hace más de un año nos indignó, nos movilizó y nos convocó a la solidaridad con el pueblo agredido. Cada imagen de edificios destruidos, civiles acribillados por la espalda, fosas comunes, bomberos atendiendo incendios en edificios residenciales semiderruidos… cada día era una nueva versión de la misma historia, de la misma agresión militar con consecuencias devastadoras para la población civil con la que nos identificábamos, nos solidarizábamos.

Pero el interés de los medios decayó, y con él también nuestra atención e interés. Con el paso de los meses, ya era una noticia rutinaria. Y dejamos de prestar la misma atención a los bombardeos rusos que continuaron y continúan hoy en muchos frentes de ese conflicto que golpea a un país que todavía no entiende porqué comenzó esa guerra.

Estos días, el mismo gobierno de Volodirmir Zelensky suda la gota gorda para que el apoyo occidental no decaiga, pero el interés de muchos ciudadanos en esos países (incluido el nuestro) en continuar apoyando diplomática, económica y militarmente a Kiev ha disminuido.

En ese contexto llegó el atentado de Hamás contra Israel el 7 de octubre. Se acaba de cumplir un mes. El horror de las imágenes de los terroristas islamistas dio paso al horror de los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza en la que mujeres, niños, adultos mayores… –civiles la mayoría de ellos– eran rescatados de entre las ruinas de edificios destruidos por la masiva respuesta israelí. Y esas imágenes volvieron a la actualidad de una manera masiva, como con Ucrania aquel final de febrero del año pasado cuando comenzó la invasión rusa.

En esos primeros días de octubre, la solidaridad y la indignación cambió el foco, y nuestra empatía –que ya se estaba olvidando de Ucrania– se centró primero en Israel y sus muertos, y con el paso de los días, en los palestinos.

Hoy, cuando llevamos más de un mes de conflicto y las imágenes del sufrimiento palestino son constantes y repetitivas, nos están volviendo a inmunizan frente a la barbarie. Son imágenes que, como con Ucrania, forman ya parte de una anormal normalidad informativa que, a pesar de recordarnos el drama que continúa, ya no nos sorprenden o enojan como antes, como al principio del conflicto.

La anormalidad de la guerra se ha vuelto normal, y la empatía que tuvimos en febrero de 2022 con los ucranianos o en octubre de este 2023 con los israelíes o los palestinos se apaga, no es tan intensa como fue.

Cunde el cansancio de ser empáticos, de estar enojados; y ese cansancio viene acompañado de una frustración que surge de ver que el conflicto continúa y de que, quienes pueden, no evitan la guerra o no adoptan las medidas que deberían para que terminara el conflicto.

Y al final, el cansancio relega nuestro enojo, aparta nuestro interés de esas guerras porque los sentimientos y las sensaciones que nos genera el conflicto no las queremos sentir.

Puede que haya quienes, al darse cuenta de que eso les pasa, se sienten mal o incómodos, pero esa sensación se comprensible porque es parte de la condición humana. Es una reacción de nuestro subconsciente que, de alguna manera, se protege –¡nos protege!– alejándonos de allí donde no queremos estar.

Es, con esa reacción humana, con la que cuentan los agresores, porque saben que tarde o temprano llega y se extiende entre todos aquellos que nos indignamos.

Los agresores saben que al descender el interés, desciende también la presión social en las calles y sobre nuestros gobiernos, y de estos con ellos, los agresores, que continúan con sus campañas de guerra.

Que la anormal normalidad de las guerras que nos ha tocado ver tan de cerca por esas imágenes crudas no caiga en el olvido, porque con ello, caen también en el olvido los agredidos.

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