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La cadena de acontecimientos ha sido admirable. La tecnología y las modernas comunicaciones han contribuido decisivamente a despertar conciencias y movilizar recursos para el pueblo haitiano. Las imágenes—fuertes en algunos casos—han sido decisivas para que miles de ciudadanos y centenares de gobiernos aportaran ayuda. Esa movilización no hubiera sido tan rápida sin el papel de los medios. Pero vivimos en un mundo que va deprisa, demasiado. Las cosas que hoy pasan, mañana ya no cuentan porque hay otras que nos ocupan y llaman nuestra atención. Tras unas primeras semanas de desembarco en Haití, las empresas informativas empiezan ya a replegarse porque el drama ya no cautiva nuestra atención como lo hizo en los primeros momentos del desastre.
Una cierta insensibilización es comprensible, porque lo anormal del desastre se ha convertido en los últimos días, en habitual (que no normal), y nos desmotiva o no nos llama como en los últimos días de enero. El vice-presidente de CBS News, Paul Friedman, lo dijo esta semana bien claro: estamos “retirando a nuestra gente tan rápido como podemos porque la noticia no es tan central como lo fue, y porque nos preocupa todo el dinero que nos estamos gastando”.
Haití puede volver a caer en el olvido. En pocos meses en la isla sólo quedarán algunos periodistas que continuarán luchando para que las historias del drama que condena a esa sociedad tengan más cobertura que las de un breve.
Sí, lo sé: soy pesimista. ¿Quién se acuerda hoy de los damnificados por el Tsunami que arrasó la costa de Tailandia en diciembre del 2004?