Guerra en Ucrania: ¿Por qué Occidente no hace algo?

Washington, DC. — La guerra en Ucrania va para largo. Más de 2,5 millones de personas han tenido que abandonar sus casas huyendo de las bombas rusas, y a pesar de las sanciones y los intentos de diálogo, el invasor avanza y su agresividad crece. La inesperada resistencia ucraniana está impacientando a Vladimir Putin, cuyo ejército redobla su ofensiva que en los últimos días incluye ya zonas residenciales y hasta hospitales.
En este contexto, muchos se preguntan por qué Occidente no hacen algo más para parar a Putin. «¿Dónde está la OTAN, Estados Unidos, Unión Europea?», se preguntó esta semana el entrenador Pep Guardiola en una respuesta que se convirtió en un video viral. «Son todos unos fracasados», concluyó.

Las palabras de Guardiola reflejan el sentimiento que muchos ciudadanos pueden tener hoy al ver la guerra y sus atrocidades pero la respuesta a esa aparente inacción occidental es simple: para evitar males mayores.

Putin está al frente de una potencia nuclear y ya ha amenazado con el uso de esas armas (según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, en junio de 2021 Rusia mantenía un arsenal de 6.255 ojivas nucleares, Estados Unidos tenía 5.550, y ambos países acumulaban el 90% del total mundial). La invasión que Putin diseñó no está saliendo como esperaba, y esto es por la respuesta aguerrida de los ucranianos pero también por Occidente.

Rusia se ha convertido hoy en el país más sancionado del mundo con 5.581 sanciones en vigor contra personas y entidades impuestas por Estados Unidos, la UE y países como Suiza, Reino Unido o Japón (antes de la invasión de Ucrania, Irán era el estado más sancionado de la historia con 3.616 medidas). Las restricciones afectan al mismo Putin y su entorno, sus militares, los poderosos oligarcas aliados del Kremlin y, en general, a la economía cuyos efectos sienten ya todos los rusos. Además de las sanciones impuestas por los estados-nación y los organismos internacionales, más de 300 empresas se han retirado parcial o totalmente del mercado ruso, entre ellas marcas tan relevantes como McDonald’s, Adidas, Google, Disney o Volkswagen.

Esa respuesta unitaria y contundente Putin no la esperaba; como tampoco la de la OTAN, una Alianza que estaba dividida y que hoy es más fuerte y atractiva de lo que Putin pensó; y una Europa más militarizada, que habla casi al unísono y que avanza en lo inimaginable hace tan solo unas semanas: en una política de defensa y seguridad común que se extiende y atrae a países que durante décadas la rechazaron, como Dinamarca, Suecia o Finlandia.

Occidente sí está haciendo algo, y lo está haciendo con inteligencia.

Enviar tropas a Ucrania sería declararle la guerra a Putin y extender las hostilidades a países como Francia, Alemania o Estados Unidos. Hoy la guerra se circunscribe a partes del territorio ucraniano.

La tan comentada idea de crear una zona de exclusión aérea —como hizo la comunidad internacional en Libia (2011), en el norte de Irak (entre 1991 y 2003) o en Bosnia-Herzegovina (1993-95)— obligaría a crear un cuerpo militar para asegurar su cumplimiento que, en palabras sencillas, significaría derribar los aviones rusos que bombardean las ciudades ucranianas. Eso sería otra forma de que Rusia declarara la guerra al ejército que lo hiciera, y si fuera la OTAN, sería a todos sus miembros.

Putin es hoy un autócrata golpeado. Hemos visto que no necesita excusas para comenzar una guerra. La invasión de Ucrania la justifica sobre argumentos falaces, y no hay duda de que antes de perder sería capaz de comenzar un conflicto global.

La respuesta de la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea debe seguir siendo la de evitar el escalamiento, apostar por el diálogo con Moscú, y apoyar a Kyiv con inteligencia, diplomacia y, de manera discreta o incluso secreta –como está pasando, y seguramente más de lo que nos cuentan– al ejército ucraniano con información y armas para mejorar su capacidad de respuesta militar.

El verdadero fracaso hoy de ese Occidente al que algunos piden más sería, sin duda, la tercera guerra mundial.