Washington, DC. — Esta semana, la pandemia global que nos afecta ha superado la simbólica cifra de los 200 millones de contagios en todo el mundo y deja ya más de 4 millones de muertos. En España, el décimo país en número de casos de COVID-19, en el momento en que escribo estas líneas hay más de 4 millones y medio de contagios y 82.000 muertos acumulados desde que comenzó la crisis. La pandemia ha sido y está siendo brutal.
Como periodista, he informado desde el primer día de estos números, fijándome en cada país, particularmente en los de América Latina, donde se encuentra la mayor parte de la audiencia de NTN24, el canal en el que trabajo.
Aún recuerdo cuando aparecieron las primeras noticias que hablaban de un extraño virus que estaba contagiando a cientos en una ciudad china desconocida entonces para mí, Wuhan. Pocas semanas después llegaron las restricciones de movilidad y los confinamientos para todos, y con ellos los muertos, las hospitalizaciones, las UCI y morgues saturadas, el agotamiento del personal sanitario… y la constante esperanza de que alguna de las cientos de investigaciones que se abrieron entonces dieran con la deseada vacuna. En todo este tiempo, y a pesar de las diversas olas de contagios, nunca un familiar directo estuvo afectado… hasta ahora.
Hace dos semanas, y tras un par de días de algunas molestias, mis padres se hicieron la prueba del coronavirus y les salió positiva. Ambos estaban vacunados y eso me dio una gran tranquilidad cuando me dieron la noticia, pero 24 horas después mi padre ingresó en un hospital «por precaución», nos dijeron los médicos al darse cuenta de que sus niveles de oxigeno estaban bajos. Pasó más de 10 días ingresado y aunque nunca tuvo que ser trasladado a una UCI, sí necesitó oxigeno, análisis de sangre, antibióticos, placas… Sus pulmones recibieron el golpe del virus y su edad tampoco ayudó, no por tener alguna dolencia previa, sino por los años que pasan para todos. Mi madre se recuperó bien, en casa.
En estas casi dos semanas, en la distancia de los miles de kilómetros que nos separan, he vuelto a recordar esos días de la pandemia en que, como periodista, hablé mucho de los sanitarios, de los doctores o enfermeros que trabajaron a destajo para responder a lo que como sociedad esperábamos de ellos… –¡y vaya si lo hicieron, con creces!–; de los enfermos tratados en la soledad de los hospitales, algunos debatiéndose entre la vida y la muerte; de los familiares que vivían con angustia la evolución de sus seres queridos, sin poder acompañarlos y en muchos casos sin noticias porque los médicos no tenían ni tiempo para hacer las llamadas.
La vacuna llegó y con ella bajaron los contagios y nos relajamos. Cansados como estábamos todos de esos meses de pandemia, volvimos a una cierta normalidad pensando en que lo peor había pasado… pero la hospitalización de mi padre –¡una persona vacunada!– y los contagios que vuelve estos días con la preocupante variante delta me han recordado dos cosas que no debemos olvidar.
La primera es la importancia de vacunarse. Si mi padre no hubiera estado vacunado, hoy no estaría escribiendo estas líneas con la tranquilidad de saber que ya está en casa, cada día mejor. Las vacunas son seguras y funcionan. Y de la misma manera que nadie con sentido común hoy cuestiona la importancia de llevar casco cuando circulamos en moto o usar el cinturón de seguridad cuando conducimos o nos tomamos una aspirina o un ibuprofeno cuando tenemos dolor de cabeza, de la misma manera, hoy más que nunca, la vacuna es necesaria.
La segunda es mi absoluto agradecimiento al personal sanitario. A los médicos, a los enfermeros, a los camilleros… a todos los que dedican su vida a cuidar a los que lo necesitan. Están agotados, saturados y, seguramente, mal pagados… y nada de eso los detiene en su labor profesional. Ni el miedo a contagiarse se convierte en impedimento para atender a los miles o millones de casos que ha habido estos meses de pandemia, como el de mi padre, que durante días estuvo en sus manos no sabiendo si este maldito virus iba o no a ganarle una de las peores batallas que recuerda en su larga vida.
Su victoria, hoy, es en gran medida gracias a la vacuna y a ellos.