Washington, DC. — Rusia se convirtió hoy en el primer país en registrar oficialmente una vacuna contra el coronavirus y declararla lista para su uso. El anuncio lo hizo el presidente Vladimir Putin quien dijo, además, que una de sus hijas ya se había vacunado.

Según el presidente Ruso, la vacuna ha demostrado su eficacia durante las pruebas, ofreciendo una inmunidad duradera contra el virus. Sin embargo, muchos científicos dentro y fuera del país se han mostrado escépticos, cuestionando la decisión de registrar la vacuna antes de los ensayos de fase 3, que suelen durar meses e implicar a miles de personas.

Para que una vacuna llegue al uso masivo debe pasar por, al menos, cuatro estadios: una fase preclínica —en la que los científicos la prueban con animales como monos o ratones—; la fase 1 —en la que un grupo de decenas de voluntarios la prueban y esto permite detectar si es segura, definir la dosis adecuada e identificar la reacción inmune—; una fase 2 —en la que se detectan los efectos secundarios más comunes con más voluntarios—; y una fase 3 (previa a la aprobación para su uso masivo) en la que se prueba con miles de personas que se distribuyen en dos grupos: a unos se les inyecta la dosis y a otros un placebo o sustancia inocua para poder comparar los resultados.

Rusia ha ido muy rápido. La fase 3 está en cuestión y en los estadios anteriores no ha habido la debida transparencia.

Sin duda, muchas potencias quieren ser las primeras en dar con la vacuna —Estados Unidos y China están en esa carrera, y pocos expertos niegan las prisas—. En el fondo se esconde una guerra geopolítica.

El problema es que la llegada de la vacuna rusa al gran público se convertirá, de facto, en una especie de fase 3. Si sale bien, será un éxito; pero si tiene efectos secundarios o no es lo suficientemente eficaz, puede crear una falsa sensación de seguridad o socavar la confianza en las vacunas.

Lo importante, en esta carrera mundial para derrotar a la COVID19 no es llegar primero sino llegar a buen puerto.