Washington, DC. – Donald Trump termina hoy sus vacaciones de verano. Menos de dos semanas en las que el mandatario ha estado alejado de Washington. Unos días en los que se ha recluido en su complejo vacacional del vecino estado de Bedminster, en Nueva Jersey. Unos días en los que Trump ha disfrutado de una prerrogativa que él criticó de sus antecesores y que millones de ciudadanos en este país no tienen porque sus empresas no las reconocen. Las vacaciones de Trump son otra contradicción más de este presidente.
En Estados Unidos, las vacaciones no son necesariamente un derecho. Depende del contrato, del sector, de lo grande que sea la empresa en la que se trabaja o, incluso, de la generosidad del empresario. Es la única economía avanzada del mundo que no requiere que los empleadores ofrezcan vacaciones pagadas. Casi uno de cada cuatro estadounidenses no recibe vacaciones o festivos retribuidos, muy por detrás de la mayoría del resto de las naciones ricas del mundo.
Según un estudio del Centro de Investigaciones Económicas y Políticas, la mayoría de los países europeos ofrecen un mínimo de 20 días de vacaciones pagadas por año; las codiciadas 4 semanas que solo los trabajadores estadounidenses más afortunados disfrutan. Austria, Portugal y España ofrecen 22 días de vacaciones pagadas cada año, mientras que Francia ofrece hasta 30.
Estados Unidos es el país del libre mercado. Y apelando a ese concepto de libertad (a mi juicio, mal entendida) convergen tres condiciones que dejan al trabajador sin vacaciones pagadas. Empresarios mezquinos, leyes débiles y esa preferencia de que siempre es mejor un acuerdo entre empleadores y empleados que una interferencia del gobierno (como si esa negociación de derechos fuera entre iguales).
El mismo Trump, en su libro Piensa como un multimillonario, publicado en el 2005, criticó los recesos de descanso de los trabajadores. «No te vayas de vacaciones. ¿Qué sentido tiene? Si no disfrutas de tu trabajo, estás en el trabajo equivocado», escribió.
En el 2011, siendo un conocido empresario (y seguramente pensando ya en sus aspiraciones políticas) criticó en Twitter al entonces inquilino de la Casa Blanca por salir unos días de descanso con su familia. «Barack Obama jugó al golf ayer» —escribió ese agosto— «Ahora se va de vacaciones 10 días a Martha’s Vineyard. Bonita ética de trabajo». Y, por si esto no fuera poco, entre ese tuit y agosto de 2016 (poco antes de ser elegido presidente) Trump tuiteó al menos en 27 ocasiones cuestionando los retiros del entonces mandatario, según Javier Bocanegra en una crónica que publicó la agencia EFE.
Pero los antecedentes no son un problema para Trump. Él sí ha tenido vacaciones. En Bedminster, Trump fundamentalmente ha jugado a golf. Y también ha tenido algunas cenas con empresarios, encuentros con seguidores, un mitin o una mesa redonda. No sabemos si como estrategia para tapar su incoherencia vacacional o porque es año electoral, Trump y la Casa Blanca han publicitado cada evento con intención de mostrar a un presidente que también trabaja durante su descanso.
No me parece mal que un presidente descanse unos días. De hecho, menos de dos semanas me parece poco. Lo que le pasa a Trump es que vuelve a mostrarse incoherente con un agravante: sus vacaciones son pagadas, millones de ciudadanos no las disfrutan (o cuando las tienen no son pagadas) y, además, en su genera al erario público un coste adicional de seguridad y transporte por estar fuera de la Casa Blanca.
Muy bueno Gusti