Washington, DC. – Hace unos meses visité Caracas. Era octubre y las revueltas que estos días vemos en las calles de las principales ciudades de Venezuela se veían venir. Nicolás Maduro había ganado por la mínima unas recientes elecciones que no tuvieron observadores internacionales y en las que disponía a placer de constantes espacios en la televisión. En las calles, la inseguridad era latente. Mi anfitrión no paró de advertirme de qué podía o no hacer. Y me refiero a cosas tan sencillas como ir al supermercado de la esquina, hablar por teléfono en la calle o salir a cenar a un restaurante del barrio.
Desde la radicalización del chavismo a partir de 2004, la vida en el país se ha deteriorado hasta extremos insoportables. A la inseguridad se suma (y contribuye) una profunda crisis financiera –con una de las inflaciones más altas del mundo y un tipo de cambio oficial ocho veces menor al real– y de abastecimiento de alimentos básicos como el papel higiénico, la harina o el pollo –¡vi pasillos en céntricos supermercados con estanterías totalmente vacías!–.
El taxista que me recogió en el aeropuerto, de familia de militares, me compartió su punto de vista: «yo esta vez no voté por Maduro… preferí no votar», me dijo; «pero si hubiera ganado [Henrique] Capriles [el candidato de la oposición] hubiera habido una guerra civil en este país. El chavismo sólo se puede acabar si se divide y pelean entre ellos. La fractura social entre chavistas y opositores es tan grande que la confrontación sería una guerra», concluyó.
Las protestas de estos días no creo que conduzcan a una guerra civil stricto sensu, pero sí pueden contribuir a esa división del chavismo. ¿Cuánta paciencia tendrán los militares?
Fotos: Tomas Bravo/Reuters & AFP
Artículo publicado el 22/02/14 en Diari de Tarragona
Colectivos+milicias vs militares sublevados; parecería la ecuación del eventual conflicto…