Washington, DC. – Tengo que reconocer que es una de las cosas que más me obsesiona cuando entro en un avión. Sentarme al lado o cerca de un niño puede convertir el viaje en una pesadilla. Y tiene gracia el asunto porque quien escribe ha crecido en una familia numerosa, por lo que debería estar acostumbrado. Pero no. No me acostumbro. ¿Y saben? No se trata del niño per se; se trata de la actitud de sus padres.
Este domingo viajé de Bogotá a Washington. El vuelo es de casi cinco horas y detrás se sentó una niña que no debía tener más de cuatro años. Cuando llegué a mi silla, me mudó el rostro; pero tuve suerte. Su madre estuvo pendiente de ella durante todo el vuelo. Sí, la chiquita gritó un par de veces, golpeó mi silla otras tantas y se movió como cualquier niño, pero su progenitora le dio conversación, la advirtió cuando dio patadas a mi respaldo o cuando quiso ponerse de pie sobre su silla.
En el mismo vuelo, algunas filas más atrás, un señor entrado en años demostró su agudeza auditiva conversando a grito pelao con su vecino. Y dos sillas a mi izquierda, otro –melómano debía ser– roncó sin rubor en las varias siestas que se tomó durante el vuelo. Pero estos no tenían a nadie a su lado que les advirtiera; lo que se espera de ellos es educación.
Los niños se han convertido en la diana de los críticos que quieren paz en los aviones. Pero el problema no son los niños, sino la educación. En el caso de los niños, la que enseñan y ejercen sus padres; y en el de los adultos, la que deberían practicar.
Ya hay aerolíneas que ofrecen –pagando un poco más– las que eufemísticamente llaman «zonas tranquilas»; es decir, sin niños. Deberían aprender estas compañías de los llamados Quiet Cars (vagones tranquilos) de los trenes de EE UU. No prohíben la entrada a nadie. Quien en ellos viaja sabe que no puede hablar por teléfono, gritar o escuchar música sin auriculares. Y esto aplica a niño y adultos.
Fotos: Telegraph Travel & Independent Traveler
Artículo publicado el 16/12/13 en Diari de Tarragona
Totalente de acuerdo! Un niño hace lo que le permitimos hacer los adultos!
Ahora que soy padre te aseguro que no existe la presunción de inocencia. En seguida la gente te mira muy, pero que muy mal cuando llevas un niño en brazos en el vagón del tren. Te diría que ni si quiera te ceden el paso para nada y te miran cabreados. Empecemos por la educación de los adultos que a lo que supongo te refieres…
¿Qué tal entonces «Padres de niños en los aviones»?