Ciudad de Panamá. – El ex general Manuel Antonio Noriega ha regresado hoy a Panamá, el país que dirigió con mano de hierro durante veintiún años. Tras dos décadas fuera del país, he visto estos días cómo Noriega aún divide a los panameños. La mayoría ha rehecho su vida, pero, a pesar del crecimiento y bienestar que hoy vive el país, los panameños no han olvidado los años de mano dura militar.
Con un fulgurante y oscuro ascenso al frente de las fuerzas armadas, Noriega tomó el poder del país centroamericano en octubre de 1968 y lo gobernó hasta diciembre de 1989, cuando los Estados Unidos decidieron intervenir para derrocarle. El entonces presidente estadounidense George H. W. Bush autorizó la operación Causa Justa que acabó con la rendición del mandatario (de nada le sirvió a Noriega haber trabajado durante su dictadura para la agencia de inteligencia norteamericana CIA).
Noriega ha llegado a Panamá en un vuelo comercial de Iberia después de pasar veinte años en una prisión de EE.UU. y otros dos en una francesa acusado de tráfico de drogas y blanqueo de capital. El Gobierno panameño reclamó su extradición para juzgarlo por crímenes de lesa humanidad cometidos durante su jefatura militar por los cuales aún no ha respondido. Le esperan seis causas y tres juicios cuyas condenas superarían los 67 años de cárcel. El ex general tiene hoy 77 años y ha regresado a un país muy diferente a cómo lo dejó.
En 1989 Panamá estaba aislado internacionalmente y en bancarrota. El PIB caía anualmente un 13 por ciento y el desempleo superaba el 25 por ciento. Hoy Panamá es otro país: tras cinco presidencias surgidas de las urnas, el país crece a una tasa del 9,5 por ciento, tiene un desempleo del 5,6 por ciento y se ha convertido en un centro financiero y comercial internacional.
Pero a sus 77 años, este viejo militar aún despierta pasiones entre los panameños. Es difícil para muchos olvidar las atrocidades de su dictadura. “Por mí”, me dice una administrativa, “que cuelguen ese hijoeputa (sic) y que lo corten a cachitos”. Un taxista se muestra desinteresado: “mi vida no va a cambiar si llega o no llega Noriega”. Y otro es aún más benevolente: “hay que perdonarle; no podemos estar toda la vida odiándole”.
A quienes les es imposible olvidar es a los familiares de muertos o desaparecidos durante la dictadura. “Sentimos la justicia a medias”, se quejan; y no les falta razón. Noriega sigue acusado de esos crímenes de lesa humanidad, y muchos temen que en Panamá no se vaya a hacer justicia. Según la vicepresidente del Partido Popular panameño, Teresita de Arias, el sistema no ofrece garantías: “reina la impunidad, el tráfico de influencias y la corrupción”. A las carencias del sistema se suma el secreto a voces que me repiten casi todos con quienes hablo, y que resumió bien el conserje de mi hotel: «Noriega tiene aún muchos amigos que le deben muchos favores». Esta realidad, ligada a la avanzada edad del ex general, extiende la idea de que el ex dictador podría cumplir una condena domiciliaria, un hecho que muchos verían como una victoria de Noriega y un insulto a las víctimas.
El día de la llegada de Noriega al país ha coincidido con el inicio de la campaña navideña. A la misma hora que su avión aterrizó en el aeropuerto internacional Tocumen, miles de panameños ajenos a la noticia llenaban las calles de la capital y otras ciudades disfrutando de un desfile festivo dominical con música y charanga. Una alegría que, sobre todo a los más mayores, ha ayudado a paliar el dolor de los peores recuerdos aflorados con motivo de la llegada del extraditado dictador panameño.
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NOTA: Al llegar al hotel me encuentro con un cliente recién llegado del aeropuerto que voló en el mismo vuelo de Noriega. Es argentino y ha vivido muchos años en España. Me cuenta que el retraso en la salida del vuelo se debió a «la logística y seguridad» de Noriega; que no les informaron de los motivos ni de la presencia del ex dictador en el avión, pero que una vez en el aire «se corrió la voz de quién era; yo lo tenía a dos filas. Viajó casi al final del avión y no se levantó en todo el viaje. Cuando supe quién era le reconocí, aunque me costó porque está muy mayor… muy machacado». Finalmente, este testigo me confirma que una vez en tierra «el primero en bajar fue Noriega; nos pidieron que no nos moviéramos de la silla, y sólo cuando despegó el helicóptero comenzamos a desembarcar».
Vaig estar a Panamà divendres i va ser aterridor passar al costat de l’Escola de les Amèriques…