Sexo y mentiras en política

[Artículo publicado el martes 21 de junio en el Diari de Tarragona]
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Washington, DC. – Ha dimitido otro político estadounidense por un escándalo sexual, esta vez originado en su cuenta de Twitter. El congresista demócrata por Nueva York, Anthony Weiner, compareció el jueves pasado ante los medios de comunicación en el mismo sitio donde 20 años antes había comenzado su carrera política. Solo y con un tono desafiante pidió “perdón” por el daño causado a su partido y a su mujer, y anunció que renunciaba. Su pecado: haber mantenido relaciones virtuales improcedentes con mujeres a las que contactaba a través de las redes sociales y, más grave aún, haberlo negado al ser descubierto.

Todo se destapó hace unos días cuando Weiner difundió por error en las redes sociales una fotografía de sus calzoncillos puestos donde se apreciaba claramente su estado de erección. Pocos segundos después se excusó diciendo que su cuenta había sido hackeada. La fotografía iba dirigida a una estudiante universitaria con quien luego se supo que mantenía contacto desde hacía tiempo. El desliz del congresista puso a la prensa sobre la pista y no tardó en descubrirse un lado oculto del político que, desde hacía años, fomentaba este tipo de relaciones virtuales con otras mujeres. En las horas y días siguientes, Weiner intento no hablar del tema en un primer intento de acabar con el escándalo, pero su activa doble moral quedó en evidencia cuando fueron aparecieron más y más mensajes con otras mujeres. Weiner se casó el año pasado y algunas de esas relaciones comenzaron antes de su matrimonio.

Este es el último caso de no pocos escándalos sexuales en Estados Unidos que han obligado a dimitir a políticos. La moral pública de este país aún mantiene estrictos criterios cuyo origen se encuentra en el puritanismo emigrado del siglo XVII que a su llegada a Nueva Inglaterra alcanzó un auténtico auge en las florecientes colonias, forjando el carácter de muchos de los territorios de lo que hoy es Estados Unidos. En público, los norteamericanos no toleran los deslices afectivos o infidelidades ajenas por pequeñas que sean, aún cuando formen parte de la esfera privada y no supongan una ilegalidad. En privado es otra cosa. En determinados círculos sociales, sí se conocen y aceptan esos comportamientos siempre que no hayan llegado al dominio público a través de los medios.

No hace falta remontarnos a los orígenes de esta nación para encontrar otros ejemplos de políticos caídos en desgracia por cuestiones sexuales. El mes pasado el ex gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, tuvo que reconocer públicamente a un hijo bastardo que escondió durante años; el del ex candidato demócrata John Edwards, quien también reconoció recientemente un affaire con una colaboradora durante la campaña de primarias demócratas del 2008; el del congresista Christopher Lee, que dimitió este año tras conocerse que el pasado mes de febrero colgó en un conocido sitio de citas de internet una fotografía suya a pecho descubierto; o, seguramente el más famoso de la historia reciente, el del ex presidente Bill Clinton que mantuvo contactos sexuales con la becaria Monica Lewinsky. En todos esos casos, como en otros muchos que no cito aquí por cuestión de espacio, el puritanismo público juzgó con dureza esos comportamientos, en los que además confluyeron otras dos circunstancias: una desproporcionada atención mediática y otro pecado aún más grave que el de una moral sexual relajada, el de la mentira en primera instancia para negar los hechos. En Estados Unidos es tan o más grave para un político ser infiel o lascivo como mentir a los votantes primero y al público en general después.

La historia política de esta nación norteamericana demuestra que hay comportamientos que los ciudadanos no están dispuestos a aceptar. Antony Weiner jugó virtualmente con mujeres adentrándose en la zona gris de la infidelidad marital. Tal vez si cuando se difundió la fotografía hubiera reconocido los hechos y se hubiera disculpado, el público le hubiera perdonado, ya que al fin y al cabo sus pecados fueron sólo fueron mensajes virtuales. Pero Weiner cruzó otra línea aún más grave que la anterior al ser descubierto. Mintió, y en la política estadounidense eso no se perdona.