Multilateralismo humanitario de Obama

Washington, DC. – En los últimos días Obama y su equipo de asesores se ha empleado a fondo para explicar por qué Estados Unidos ha decidido entrar en una nueva guerra como si no fueran suficientes la de Iraq o Afganistan. El fin de semana el Secretario de Defensa, Robert Gates, i la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, actuaron a dúo en diversas entrevistas de televisión para justificar la intervención militar en Libia. Y el lunes, en prime time, Obama se encargó de poner el broche a esa estrategia de comunicación con un discurso que, a diferencia de otras ocasiones, fue pronunciado desde Fort McNair, una caserna militar de Washington con más de 200 años de historia — Obama cambió el esperado Despacho Oval o la misma Casa Blanca para dirigirse a la nación rodeado de militares y con ocho banderas norteamericanas como telón de fondo.

Esa escenografía buscada tenía por objetivo la puesta en escena de la doctrina Obama sobre la intervención militar de los Estados Unidos en el exterior. El Presidente norteamericano subrayó entonces su creencia en que su país tiene la “responsabilidad de actuar” no sólo cuando sus intereses están en juego, sino también cuando lo están sus valores. “Aparcar esa responsabilidad con nuestros semejantes”, dijo Obama refiriéndose a Libia, “hubiera sido una traición a lo que somos. Otros países pueden hacer la vista gorda ante las atrocidades cometidas en otros lugares del mundo, pero Estados Unidos es diferente. Como Presidente me niego a esperar las imágenes de masacres y fosas comunes antes de tomar medidas”.

Es cierto que esa doctrina difiere de la de su predecesor, George W. Bush, a quien sin citarlo, sí recordó con el ejemplo a no seguir, Iraq, a dónde Estados Unidos llegó casi en solitario asumiendo después ocho años de postguerra violenta, miles de bajas y cerca de 3 billones de dólares. “Esto es algo que no podemos volver a asumir en Libia”, concluyó.

Obama cree en la “movilización de la comunidad internacional para la acción colectiva”. A su juicio, “el verdadero liderazgo es aquel que crea las condiciones y las coaliciones para que otros también se sumen” y compartan no sólo el rol de actuar sino el coste de la intervención, y lo que es más importante, que “los principios de justicia y dignidad humana son defendidos por todos”.

Este discurso de multilateralismo humanitario es ampliamente compartido por gran parte de los países occidentales, pero en Estados Unidos no convence a la mayoría. El país está dividido y los más conservadores ven en esa apuesta por el consenso una debilidad de su comander-in-chief. Otros creen que ha llegado el momento de olvidarse del mundo y centrarse en los problemas internos, sobre todo en la economía. Y los más analistas se preguntan por qué ahora Obama despliega sus encantos para vender su doctrina y justificar así la intervención en Libia cuando en el Congo, en Yemen o en Sudan, por citar otros ejemplos, hay documentadas masacres igualmente reprobables.

No hay duda de que Obama asume con su decisión de intervenir en Libia un riesgo político importante a un año y medio de su reelección. Es cierto que le ha parado los pies a Gaddafi sin poner un soldado sobre el terreno, pero los norteamericanos están hastiados de tanta guerra y deprimidos por una crisis económica que les ha recordado que su supremacía no es para siempre. Si la guerra no acaba pronto y la estabilidad no se instala en Libia, este conflicto podría convertirse, salvando las distancias, en el particular Iraq de Obama.

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