Washington, DC. – Si hay alguna gran diferencia entre la política estadounidense actual y la europea, esta es la importancia que están adquiriendo los movimientos sociales surgidos al margen de los partidos y con voluntad de influir en ellos. En los últimos meses el conservador (liberal en el sentido Europeo) Tea Party se ha revelado como una novedad; su nacimiento y expansión ha cogido con el pie cambiado al partido republicano, obligando a algunos de sus candidatos a recurrir a un discurso más conservador para mantener sus asientos en el Congreso. Es también de sobra conocido el movimiento que supo orquestar la campaña de Obama hace ya dos años y que le llevó a la Casa Blanca.
En la mayoría de países europeos, esa voluntad de participar para influir de la sociedad civil no tiene tanta tradición. Hay grupos con causas que pueden hacer mucho ruido pero que no movilizan. Los europeos están acostumbrados a quejarse de manera puntual, pero no acostumbran a organizarse colectivamente de manera espontánea. El sistema de partidos con listas cerradas y confeccionadas con criterios de control interno, afinidades y familias, desincentiva cualquier intento. Salvando las diferencias, la única apuesta similar a los movimientos sociales estadounidenses que recuerdo es la iniciativa del que fuera presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall: en su primer intento de ser President impulsó el movimiento Ciutadants pel Canvi (ciudadanos por el cambio), un instrumento que pronto se reveló inútil por la obsesión controladora de la dirección política de su propio partido, el PSC.
En Estados Unidos, la voluntad de participación en la vida civil de sus ciudadanos es algo intrínseco a su modelo social. Se movilizan constantemente por causas benéficas, patrióticas o políticas, y ahora, con la proximidad de las elecciones de media legislatura, el incentivo ha sido evidente.
El movimiento Tea Party ha conseguido descabalgar a candidatos oficiales del partido republicano, o llenar el Mall de Washington el pasado 28 de agosto con el lema ‘Restoring Honor’ (recuperar el honor) que, a juicio de los organizadores, el país ha perdido como consecuencia de las políticas de la administración Obama.
Este fin de semana, otra causa ha traído a miles de norteamericanos a Washington. Han acudido convocados por dos comediantes políticos, Jon Stewart y Stephen Colbert, bajo el lema ‘Recuperar la cordura y/o el miedo’, un título irónico para pedir que se acabe la confrontación política bipartidista de argumentos basados en el temor, la amenaza o el enemigo desconocido. “Tenemos valores comunes y los políticos deben encontrarse en ellos para construir el futuro del país”, me dice Chris, un estudiante de 25 años que ha viajado desde Connecticut sólo para la concentración. O Matt, un profesional de 37 años, quien disfrazado de doctor demonio, reivindica la importancia de la recortada reforma sanitaria aprobada este año.
La mayoría de los manifestantes son jóvenes, aún estudiantes universitarios o recién estrenados en la vida laboral. A muchos los mueve el mismo espíritu del ‘Yes, we can’ que encumbró a Obama, y que ahora recuperan para intentar enterrar a la crispación.
Hay evidentes diferencias ideológicas entre los norteamericanos que vinieron a Washington en agosto y los que han venido ahora, pero a todos les caracteriza el mismo sentimiento de frustración y desapego de sus representantes políticos. La falta de soluciones a sus problemas reales derivados fundamentalmente de la crisis económica, y la dialéctica de argumentos fraticidas entre los principales partidos (amplificados por los medios de comunicación sumidos en sus particulares guerras de audiencias) han desacreditado al político tradicional. En momentos difíciles, el ciudadano necesita saber que quien le representa está a su lado trabajando en la misma dirección y, hoy por hoy, en el Congreso, no se ve el deseado compromiso y esfuerzo que el estadounidense reclama.
Cuando estoy a punto de terminar mi conversación con Chris en el Mall me dice, quitándose la máscara de su disfraz, que hoy ha venido a manifestarse con esperanza, con la esperanza de que “tras las elecciones de media legislatura, algo de cordura volverá al Congreso”.