No hacía ni cinco minutos que pisaba la terminal de vuelos comunitarios del aeropuerto de Schiphol camino de mi conexión cuando la megafonía llamaba a un ciudadano egipcio, Mohamed, para que se identificara en un mostrador. Tras dejar la zona Schengen y presentar mi pasaporte (ya lo había hecho una vez en el mostrador de la aerolínea en Barcelona y una segunda a los agentes de seguridad antes de embarcar), me adentré en la terminal de vuelos internacionales. Mi avión con destino a Estados Unidos requería también de la presentación de pasaporte en la misma puerta de embarque. Mientras el agente lo estudiaba, me fijé en la pantalla del ordenador del control que estaban esperando a Ahmed, un ciudadano turco que no tenían identificado aún. Pasado el control, mi maleta de mano fue escaneada de nuevo, tras lo cual otros agentes me pidieron abrirla e inspeccionarla (no era una elección aleatoria, como en otras ocasiones; esta vez todas eran abiertas); antes, fui esculcado profusamente hasta mis partes más íntimas por otro oficial (sólo recuerdo este nivel de registro en un control antidroga en la única visita que hice a Ibiza hace unos años). Ahí parecía que ya estaba todo hecho, pero entonces aún una última vez tuve que identificarme con mi billete y pasaporte ante una azafata de KLM antes de entrar en el vuelo.
Este nivel de control era aún más estricto con ciudadanos no comunitarios, quienes eran largamente preguntados por los motivos de su viaje y su procedencia, así como en el nivel de registro de sus maletas de mano o en los registros corporales a los que todos éramos sometidos.
Una azafata me contó que también las tripulaciones habían notado mucho el nivel de seguridad. Pregunté a otra, ya dentro del avión, si tal como Obama había anunciado el día antes, había un agente armado viajando con nosotros. “No lo sé—me dijo sonriente—, si lo hay, está de incógnito”.
Aterrizado ya en Washington, mi nivel de ansiedad disminuyó. Agradecí la seguridad y aproveché los últimos minutos hasta la puerta de desembarque para volver a preguntar a la azafata. «Tras incidentes como el del vuelo de Detroit, ¿se siente más insegura?». «No—me respondió tranquila—, si tiene que tocarme, me tocará; y si pasa… pues tampoco lo contaré».
>joder Gus. Stoy "cagao". mañana me toca volar desde Chicago. Por si acaso iremos presentables!.Apali!…Hasta pronto y feliz año
>Gus, magnífico post. El tema del pasaporte y el billete deben preocuparnos a todos. Están en juego nuestras libertades. Las comas muy bien. Buen trabajo. Anónimo, magnífico comentario: has ahorrado una E. Bravo!.