Estados Unidos es un país de emprendedores que se tiran al vacío sabiendo que la red de protección del Estado no está, y la reforma de Obama choca con esa mentalidad que ha sido uno de los motores del progreso del país. No les gusta el intervencionismo del Estado. El “ruido” y las “mentiras” del debate público de la reforma de salud, como las ha definido Obama, han calado en una parte importante de la sociedad, generando miedo a un Estado decidiendo por sus ciudadanos. Y el miedo paraliza.
La mayoría de los norteamericanos saben de las dolencias del actual sistema de salud que es caro e injusto, pero temen que lo que puede venir sea peor. Tras pagar durante muchos años su propio seguro de salud, ven con recelo un cambio que podría encarecer las cuotas —como amenazan las empresas sanitarias— o disparar el déficit público y los impuestos —como repiten incansablemente los republicanos. El miedo cala y paraliza, y no ayuda a un debate que es ya más emocional que racional.
Bill Clinton lo intentó hace 12 años y fracasó. Obama goza de una popularidad inigualable y dispone aún de la mayoría suficiente en la Cámara de Representantes y el Senado, pero sus esfuerzos topan con congresistas prisioneros de intereses políticos, parte de los cuales están de campaña para renovar la confianza de sus ciudadanos en 2010; y de intereses empresariales que condicionan la discusión con importantes contribuciones económicas. Todos ellos han ensuciado un debate con campañas de miedo y mentiras que mantienen la cobertura sanitaria norteamericana a niveles vergonzosos. Y mientras tanto, la deuda en salud sigue siendo la primera causa de bancarrota personal en los Estados Unidos.
>Obama conseguirá que la reforma se apruebe, sin duda, pero la fuerza de los lobbies y de los republicanos pudientes la van a dejar escuálida. Si consigue, como mínimo, reorganizar las finanzas públicas y coordinar mejor el gasto sanitario, ya habrá valido la pena.