>Manhattan en Navidad… de compras

>Subiendo por la quinta avenida de Manhantta, en Nueva York, encuentras a mano izquierda, esquina con la 53, la iglesia de Sant Thomas, un templo cristiano episcopal construido a finales del siglo XIX. Fue diseñado por Ralph Adams Cram y Berram Grosvenor Goodhue siguiendo los ortodoxos cánones del gótico francés. La iglesia es conocida especialmente por sus coros de tradición anglicana que decoran los servicios litúrgicos los días festivos.

Este domingo, tras la ceremonia religiosa de las 12 del mediodía, un grupo de atrevidos feligreses ocupó la decena de escalones que desciende hasta la calle para entonar algunos villancicos. El grupo lo formaba gente de entre cuarenta y cincuenta años que, a decir por sus atuendos y galas, no me equivocaría en afirmar que eran de clase alta neoyorquina. Una cincuentona bien peinada escondida bajo un largo abrigo de visón marrón y guantes negros de piel curada daba indicaciones a los cantores marcando el ritmo. Tenía poca idea de música y mucho afán de protagonismo porque se limitaba a mecer su mano de derecha a izquierda mientras canturreaba algunas, pocas, palabras del villancico en marcha. Cada diez segundos se encogía de hombros y esbozaba una sonrisa de chiquillo mientras seguía meciendo el brazo sin arte ni oficio. En pocos minutos, más de cien personas se apretaron frente a la iglesia atraídas por algo diferente al consumismo de la jornada. La mayoría estaban en Manhattan de compras, dando así al traste con la idea de que el país está en plena crisis económica.

He visto estos días el bullicio de Nueva York y nada hacía pensar que el país está en recesión. He dicho ya en otras ocasiones que a los americanos les gusta hacer colas. Es esperpéntica esa obsesión enfermiza. En las tiendas, las había en las cajas, en los probadores y, lo que es más llamativo, en las puertas de entrada. Algunos establecimientos tenían habilitado un sistema de barras tipo aeropuerto para ordenarlas en las calles, colas que a pesar del frío, la gente hacía sin importarle lo que tardaran en entrar.

Es bonito ver Manhattan en estas fechas. La decoración navideña está en cualquier esquina y las tiendas más caras compiten sin concurso por engalanar sus fachadas, a cual más barroca, para atraer a compradores, turistas o curiosos. El Rockefeller Center se merecería un comentario a parte en el blog. Había bofetadas para acceder a la simbólica pista de hielo que anualmente instalan en el foso de la entrada del edificio principal. Está coronada por un abeto gigante que vale la pena ser visto de noche por su iluminación. Hace bien el Ayuntamiento en cortar al tráfico las calles laterales para evitar atropellos.

Esta ha sido la cuarta vez que voy a Manhattan y el toque navideño la hace distinta. Además, esta visita me confirma que la crisis aún no ha llegado a la mayoría de hogares norteamericanos.